En el día del cuequero y la cuequera: ¡A disputar la cueca en la escuela!

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Cuando recordamos lo que nos enseñaron sobre la cueca en la escuela, seguramente se nos vendrá a la cabeza el hecho de que es el baile nacional por excelencia y que cada vez que se acercaba el dieciocho de septiembre, las y los profesores de educación física se esmeraban en enseñarnos la estructura de este baile con canciones como “La Consentida”, “El Guatón Loyola”, “Adiós Santiago querido” ,“La rosa y el clavel” entre otras; pero también –ahora desde la otra vereda–, que nos ha tocado como docentes trabajarla con nuestros/as estudiantes.

Así, podemos recordar que la profesora o profesor nos enseñaba que como mujeres debíamos esperar a que un varón tomara la iniciativa y nos “sacara” a bailar ofreciendo su brazo para que nosotras lo pudiéramos tomar y así salir a dar un paseo con él, en el cual nos terminaría convenciendo de bailar con él. Luego, quedamos frente a frente aplaudiendo, mientras el varón hace miles de piruetas para tratar de “conquistarnos”, hasta que empieza el canto –la mayoría de las veces en una radio a través de música envasada– donde tenemos que comenzar con la vuelta en forma de ocho (donde las/os profes incluso dibujaban un ocho en el suelo para que no nos perdiéramos y aprendiéramos muy bien esta estructura).

Además, siempre la mujer tenía que arrancar del varón que la intentaba conquistar… pero ¿a ver? ese varón y esa mujer ¿son amigos?, ¿son pareja? ¿qué pasaba en esa relación? Recordamos que nos enseñaron, al menos, dos formas de bailarla: la primera, el varón vestido de Huaso (es decir, caracterizado como “el patrón de fundo”), y la mujer con un vestido y un delantal que claramente buscaba caracterizar a una empleada de aquel fundo –generalmente, mucho menor que el patrón–, a la que se le denominaba la “china”; y la segunda, donde el varón vestido de la misma forma, pero con más de elegancia, y la mujer con una larga falda, botas, una chaquetita y un sombrero negro, que en este caso se buscaba caracterizar al matrimonio dueño del fundo.

La pregunta que podría desplegar a partir de esta descripción es: ¿Por qué se nos enseña esta cueca dónde está tan presente la figura del patrón? ¿Por qué el patrón busca convencer a la empleada joven de bailar con él en los exteriores? ¿Por qué el patrón baila con su esposa solo en los salones y con esa vestimenta elegante? ¿Qué hay de fondo en ello? ¿Qué es lo que se nos buscaba enseñar? ¿Qué es lo que se nos indica enseñar? La escuela se ha encargado de: mostrar la cueca como el reflejo de una realidad que la mayoría del pueblo chileno no vive; de mostrarnos que es una tradición de la patronal, de los ricos; de mostrarnos cómo el patrón puede “conquistar” a una empleada mucho menor que él, mostrándonos un evidente ejercicio de poder; de mostrarnos que este patrón tiene esposa y que, por lo tanto, la traiciona con dicha empleada.

Todo esto nos la ha hecho parecer ajena, por lo que renegamos de ella incluso cuando crecemos. Esto no es casualidad: el 18 de septiembre de 1979, en plena dictadura cívico-militar, se establece mediante decreto que la cueca sea instalada como “baile nacional”; pero no cualquier cueca, sino que esta cueca patronal. Y es que no parece difícil de creer y entender que la dictadura no hace esto de manera antojadiza, porque así le quita todo el contenido de la clase popular a la que realmente pertenece. 

La cueca no es solo un baile como se nos ha enseñado por varias generaciones en la escuela. La cueca no se trata (necesariamente) de que la mujer huya del hombre y de cantar sobre la “niña consentida” a la cual le cumplen todos sus deseos, porque esa realidad es la realidad de ellos, de los patrones, no de nosotrxs.

La cueca es poesía, es transmisión oral, es ritmo, es comunidad y sobre todo es historia popular. La cueca es la que recopilaba la Violeta, yendo de un lugar a otro en los adentros de la ruralidad de nuestro país para rescatar las historias que le podían contar, a través del canto, uno/a que otro/a viejo/a. La cueca es la que encontramos en los barrios populares como La Vega, el Matadero, Franklin. La cueca es la que se cantaba y bailaba en las chinganas y que nos cuenta la historia de nuestro pueblo. Pero esta cueca no canta de cualquier cuestión, canta la historia de los barrios bravos; de los barrios populares; de lo que ocurre en las chinganas; es la cueca chilenera, la cueca del pueblo. Si hablamos de su poesía, ocupamos décimas para contextualizar y cuartetas para comenzarlas, seguimos con las seguidillas y un remate que se canta a todo pulmón dejando a los/as bailarines/as alborotados/as para continuar con un nuevo pie. La cueca es transmisión oral porque, a través de ella conocemos sobre la historia de nuestro pueblo, recibimos y compartimos, los diferentes saberes que tenemos.

La cueca es danza, y si bien tiene su estructura principal, lo ideal es sentirla, dejarse llevar por el ritmo y por la seducción entre la pareja que se encuentra bailando. No se trata de que el hombre conquiste a la mujer, sino que es un duelo entre ambos que logran disfrutar de la coquetería y seducción del otro. Es ritmo, porque tenemos el “canto gritao”, el pandero, la guitarra, el cajón, los platillos, el acordeón, el tañador (que asemeja la mesa coja) y hasta instrumentos de los grandes salones, como el arpa y el piano que, como dice el gran maestro Nano Núñez: “El piano es el que le ha dado más vida a la cueca y se quedó en la cueca, y la cueca se quedó en el piano, no ve que hay una cueca que digo yo: siempre el piano fue el señor/de la alta sociedad/cuando conoció a la cueca/ya fue más de la gallá…”.

La cueca es por sobre todo comunidad, porque la cueca no se canta ni baila a solas: la cueca es de tradición de las chinganas, quintas de recreo y usada para animar la fiesta, para construir vínculos entre el pueblo al sentirse identificado. Y los cantores cantan en conjunto, porque se canta a la rueda, por mano derecha; así comienza un cantor, mientras el de la izquierda le hace la segunda voz y otros van animando la cueca con gritos y frases pequeñas que ayudan a alborotar la fiesta mientras los bailarines van sacando polvo en la cancha donde bailan. Así cada cantor sostiene al otro, respetando, sin interrupciones y sacando sus piruetas con los instrumentos de cuerda y tañados, así como uno de los más importantes: la voz.

La cueca la podemos escuchar regularmente de la voz de varones, tanto la cueca de ellos como la nuestra, pero ¿por qué ha sido así, si las cantoras siempre han sido mujeres? Ha habido una disputa donde el personaje masculino se ha relevado por sobre el femenino en el uso de la voz. Pero también hay grandes exponentes femeninos de nuestra cueca, como Margot Loyola o la misma Violeta Parra, entre muchas otras compañeras anónimas de nuestro pueblo. Eso si miramos un poco para atrás, pero ¿qué ocurre hoy con el canto de la mujer cuequera? En las últimas décadas han surgido con fuerza, grupos de cueca conformados exclusivamente por mujeres, donde se ha reivindicado el canto femenino, el canto que viene desde las emociones más profundas que nos invaden en tanto sujetas mujeres.

Pero, así como han nacido grupos de mujeres cuequeras, también han nacido talleres de canto cuequero femenino que han surgido con el objetivo de que las mujeres tomen su voz y la hagan valer: ha sido un espacio de educación popular feminista. Hemos sido calladas durante siglos y el hecho de que existan talleres colectivos de canto, compuestos por puras mujeres, ha generado un gran trabajo y crecimiento en muchas de ellas. Así es como lo podemos observar en las palabras de una de las gestoras de estos talleres, Josi Villanueva, de la Escuela a la Chilena que nos dice que estos talleres nacen “por la necesidad que tenían muchas mujeres de sacar esta voz, de expresarla” y que ha “compartido con muchas mujeres hermosas, bellas, valientes, guerreras que más encima eligen hacer esto de la cueca, porque para cantar cueca hay que tener útero como se dice, porque tení que llegar muy arriba y cantar muy fuerte y con el alma”.

Pero estos grupos, como Las Primas, Las Niñas, Colectivo Calilas Lilas, entre otros grupos de mujeres cuequeras, en conjunto con los talleres, no tratan solamente de reivindicar la voz femenina en tanto ésta cante, sino que también es cueca del pueblo, pero que nos habla y nos enseña sobre nuestras historias como mujeres del pueblo, sobre lo que somos: de nuestros sentires, deseos, aventuras y desventuras, nuestros propios saberes de mujeres (como los oficios de  partera y curandera, por ejemplo), del amor y del desamor. Así, en los últimos años ha tomado fuerza el canto cuequero femenino, de tal forma que podemos ver a cantoras en diferentes lugares de la ciudad, haciendo canto a la rueda, también por mano, también con las segundas voces y con harta “aniñá” para animar, pero que fundamentalmente cantamos para hacernos escuchar, porque hemos sido tan calladas que tenemos mucho por lo cual gritar. La cueca ha sido para nosotras un espacio de liberación y de autoafirmación colectiva.

A partir de ello, como educadoras/es nos podríamos preguntar ¿por qué es esa cueca patronal la que se nos enseña y enseñamos en la escuela? ¿Por qué se nos enseña solo como baile (y de un baile en particular) y con cierta estructura? ¿Por qué no se nos enseña la poesía, la narrativa que hay detrás de la cueca urbana? La cueca ha servido a la educación de los grupos dominantes a través de la escuela, para habituarnos a validar la figura del patrón, para danzarla como los ricos lo hacían en el latifundio. Nos ha educado en la sumisión de la mujer en el baile a través de la acción de “conquista” desde el hombre. A través de sus letras, nos educan en su forma de mirar el mundo hablándonos de “la niña consentida”, de la figura de un “roto” caricaturizado como “pícaro” o borracho en vez de rebelde, de “las cuecas para mi general” y ensalzando los símbolos patrios como si fueran parte inherente de nuestra identidad. La cueca en sus manos ha sido utilizada como una herramienta educativa desde el poder dominante.

Entonces nacen nuevas preguntas ¿Por qué no se nos enseña sobre la cueca urbana y popular? ¿Por qué se nos enseña ese tipo de letras y no las problemáticas del pueblo? Podríamos educarnos a través de la cueca urbana y popular utilizándola como una herramienta para contar la historia de nuestro pueblo y, en ese proceso, ir contribuyendo a los procesos de emancipación social al reafirmarnos como clase popular. Una cueca que no nos exija caracterizarnos de otras personas, sino que la podamos bailar con nuestra propia identidad. Una cueca donde tanto la mujer como el hombre pueda y deba seducir a la otra persona, e inclusive en pensar una cueca donde no hay siquiera hombre y mujer, si no que solo se trata de dos personas que quieren disfrutar del baile, la música y la poesía. Una cueca donde no nos preocupamos de resaltar una nacionalidad, sino que compartir nuestras raíces populares con el resto de las personas de otros países de Nuestra América que también están en nuestras escuelas. Una cueca que permita a través de su poesía, relatar y develar las problemáticas y contradicciones de nuestro pueblo. En fin, una cueca que nos ayude a liberar nuestros cuerpos, nuestras cuerpas, nuestra voz y nuestra historia de vida como sujetos populares.

¿No sería un hermoso y rebelde desafío tomar esta cueca como una herramienta para la emancipación individual y colectiva de nuestra clase, a través de un lugar donde la mayoría de las personas pasan en Chile, como lo es la escuela? ¿No estaría bueno disputarles la cueca a los ricos? Si tomáramos todos los elementos de la cueca que ya han sido mencionados y nos adentramos mucho más en su historia, en su dinámica, estudiando a los grandes cuequeros, a las grandes cuequeras, ¿podríamos decir que la cueca puede ser un espacio en disputa y de educación popular para alcanzar nuestra liberación? Hace falta aún un camino por andar, pero desde algunos espacios, ya se ha comenzado a caminar en esa dirección.

Así es como en el día nacional de la cuequera y el cuequero queremos reivindicar nuestra cueca: la cueca del pueblo, como un desafío para nosotrxs como educadoras y educadores de rescatar nuestras raíces desde una mirada emancipadora y no reproductora de lo que “desde arriba” nos indican. Por ello, es que como símbolo de todo lo dicho, y aprovechando que se acerca un nuevo natalicio, destacamos a Gladys Marín: mujer trabajadora que estuvo siempre firme con el pueblo; una mujer revolucionaria de pies a cabeza; una gran profesora y educadora de nuestro pueblo y las luchas populares.

 

Victoria Garcés López
Profesora de Matemática
 Sección MUD Santiago