Editorial Revista 14
Marzo 7, 2019Entrevista Danila Córdoba. SER PROFESORA FEMINISTA EN LA ESCUELA ACTUAL
Abril 5, 2019El año 2018 hemos presenciado y experimentado cómo una nueva ola feminista inundó el espacio público, visibilizando todas aquellas manifestaciones de la desigualdad y violencia de género, así como la discriminación de identidades y sexualidades. Un feminismo heterogéneo enfrentado masivamente a las expresiones más brutales del fascismo, desde los discursos de odio por parte líderes políticos, hasta las puñaladas impunes que recibieron compañeras por ejercer su derecho a la protesta. Un feminismo enfrentado a la vergonzosa y falaz negación del derecho a un aborto seguro y público; a la denigración de la desnudez femenina como forma de manifestación política; a la exclusión de cuerpos y familias en función del miedo a la diferencia.
En este contexto, hoy tenemos la posibilidad de revolucionar nuestros espacios más cotidianos, problematizando las disputas sobre las que el movimiento feminista históricamente ha debatido y luchado, así como aquellas intersecciones que las mujeres latinoamericanas, trans, negras e indígenas han expuesto sobre la relación entre el patriarcado, el capitalismo, el racismo y el colonialismo. Dicha posibilidad, ha sido aprovechada por las estudiantes secundarias y universitarias que valientemente tomaron sus casas de estudios y liceos; por las académicas que apoyaron teórica y comunicacionalmente sus debates; los colectivos y organizaciones que dejaron sus pies en la calle y en los barrios, levantando autoformación y acción feminista. Sobre ello, debemos preguntarnos cuál ha sido el rol que ha expresado nuestro gremio frente al feminismo, no como coyuntura, sino como una interpelación directa a la forma de hacer política: a la verticalidad, al caudillismo, a la invisibilización de las luchas femeninas y lo que ocurre en el espacio privado. Como una interpelación, sobre todo, al sistema educativo sexista y androcéntrico del que somos parte, muchas veces como reproductoras/es.
Sin hacer referencia a la coordinación autónoma de docentes feministas que se han organizado con sus pares, como gremio ha primado cierta actitud condescendiente y sólo nominalmente de apoyo a una causa que sigue mostrándose como un “problema de mujeres”. Mientras que, incluso aceptando tal perspectiva, las problemáticas que ha exteriorizado el feminismo nos atañen como docentes, al menos porque más del 73% de la conformación del profesorado chileno son mujeres (y en casi todas partes del mundo). Y gran parte de estas mujeres están ejerciendo en la educación básica, diferencial y de párvulos; ámbitos de la enseñanza que han sido discriminados salarial y socialmente, al reducirlos a “simples” labores de cuidado maternal. Trabajo de cuidado que la sociedad patriarcal impone realizar a las mujeres de forma completamente gratuita y que, en caso de delegar en otras mujeres, será precariamente remunerado, pues la vocación se entiende en estos casos como una forma de instinto maternal: la entrega sin condiciones. Respecto a esta mirada, también nos afectan las propuestas institucionales del gobierno que pretenden “domesticar” la radicalidad de las demandas feministas. Qué tenemos que decir sobre la “Agenda Mujer” de Piñera y la ministra Isabel Plá o sobre las propuestas de un proyecto de ley de “Sala Cuna Universal” y el “Programa 4 a 7”: más allá de si representan nuevos puestos de trabajo, debemos interrogar(nos) y revelar sobre qué condiciones de precarización para las docentes se fundan estas ofertas al movimiento social.
Pero no sólo nos atañe como mujeres, sino a todos y todas quienes trabajamos en educación. Pues, como claramente han sabido mostrar las estudiantes feministas en sus denuncias, performances, marchas y lienzos: la educación representa uno de los procesos en que el sexismo se transmite de forma más efectiva, pero también es una de las herramientas más poderosas para desnaturalizarlo y erradicarlo. Es una de las formas con que podemos afrontar agrupaciones que, con lemas como “Con mis hijos no te metas”, pretenden negar la responsabilidad del Estado en la promoción del respeto a la diversidad y la educación sexual. Porque tras las manifestaciones más reaccionarias contra lo que denominan despreciativamente como “ideología de género”, no encontramos más que la manipulación del miedo y la ignorancia de algunos, por quienes defienden los intereses económicos del mercado, beneficiándose del trabajo no remunerado de las mujeres en la reproducción de la fuerza de trabajo y de los roles tradicionales de género al interior de la familia patriarcal que hacen posible esta estructura.
Ante este escenario que demanda de las/os docentes ser meros funcionarios “neutrales” de la estandarización, resulta fundamental sostener una posición crítica no sólo ante un currículum nacional androcéntrico, sino también ante las expresiones cotidianas de sexismo que se manifiestan a través del currículum oculto y la cultura escolar. Y para ello, junto al trabajo autónomo de las agrupaciones feministas, resulta inminente el posicionamiento no sólo discursivo de las diferentes plataformas de representación política de nuestro gremio, tanto en sindicatos como en el Colegio de Profesoras/es. Un posicionamiento no sólo sobre lo que ocurre al interior de las escuelas, sino sobre la forma misma de hacer política. Porque es necesario comprender que el feminismo no busca la simple incorporación de las mujeres a una historia, ciencia, trabajo y política ya definidos por la masculinidad dominante (así como por el capitalismo, el racismo y el colonialismo). Por tanto, no se acaba ni con sistemas de cuotas, ni en la simpatía hacia las demandas más acogidas por el sentido común dominante (evitando las más radicales). Pero sí comenzaría a expresarse más directamente, por ejemplo, en la organización e impulso de la huelga general de mujeres para este 8M que adeuda nuestro país, en contraste con los 5 millones de mujeres que pararon en España este 2018; y también en levantar un movimiento pedagógico que promueva el posicionamiento crítico del magisterio. En consecuencia, será necesario defender en todos los espacios políticos la condición revolucionaria del feminismo que no admite ajustes al sistema, sino la transformación radical de lo público y lo privado: de la sociedad entera. Como declaraba Julieta Kirkwood: “se trata de un mundo que está por hacerse y que no se construye sin destruir el antiguo”.
Odaimis Moraga Cavour
Profesora de Castellano
MUD Valparaíso